Texto: JAVIER ESCORZO
En solo cuatro años, sus vidas habían dado un giro radical. En 1984, Duncan Dhu eran tres universitarios anónimos que se reunían para tocar rockabilly; para 1988, ya se habían convertido en uno de los grupos más importantes de España. En ese lapso, habían lanzado un mini-LP y dos discos que vendieron cientos de miles de copias, creado canciones que todo el país conocía y enfrentado una enorme encrucijada. Juanra Viles, baterista de Duncan Dhu, prefería mantener el espíritu amateur y combinar la vida de estudiante entre semana con la de estrella de rock los fines de semana. Mikel Erentxun y Diego Vasallo, en cambio, consideraban imposible esa dualidad y querían apostar por la música sin reservas, disfrutando el viaje sin mirar atrás. El conflicto era inevitable. Como años después escribiría Calamaro: “todo lo que termina, termina mal”, y el trío terminó dirimiendo sus diferencias en los tribunales.
Aparentemente, la salida de Juanra no debería afectar mucho el rumbo artístico del grupo, ya que casi no componía. Sin embargo, su aportación había sido clave para el concepto de la banda. Y lo más importante: con su partida se rompía el sueño de tres amigos que formaron un grupo para evolucionar juntos, alejados del éxito y las presiones externas. Esto tendría consecuencias negativas más adelante, pero en 1989, Mikel y Diego se sentían fuertes y seguros de sí mismos.
El material en el que trabajaban invitaba al optimismo: cada uno componía por su lado y tenían muchas canciones buenas entre manos. Tanta era su confianza que planearon grabar un disco doble, algo nunca antes hecho por un grupo español. Sus influencias ya no se limitaban al rock and roll primitivo de sus inicios. Los Beatles habían desplazado a Elvis en su panteón musical, y hacia Liverpool miraban, buscando crear su propio “Álbum Blanco”.
Para diferenciarse del sonido de otros grupos nacionales, en julio de 1989 Mikel y Diego viajaron a Londres bajo la producción de Colin Farley, quien reclutó a músicos de primer nivel, incluidos miembros de The Attractions (la banda de Elvis Costello) y figuras del pop británico como Nick Lowe o Black. Con este equipo, grabaron las treinta canciones de Autobiografía. Si bien sorprendía la cantidad de temas (igual que el “Álbum Blanco” de The Beatles, y no, no era coincidencia), lo realmente impactante era su calidad y eclecticismo. No había relleno: cada canción reflejaba una faceta de sus gustos musicales. Había rock and roll crudo (“El día que fue”, “El ritmo de la calle”), pop (“El nuevo calor”, “Las reglas del juego”), jazz (“En el andén”), punk rock (“El viejo camino de la vía del tren”), folk (“Mi fiel talismán”), rock garajero (“Música ratonera”), baladas (“Dulce aroma”, “Historias tristes”), e incluso salsa (“Tras la cortina”) y un casi villancico (“Amarga”).
Las sorpresas no terminaban ahí. Mikel ya no era la única voz: Diego cantaba en seis temas (había debutado con “Pobre diablo”, incluida en Grabaciones olvidadas pero descartada de Autobiografía). Las letras también cambiaron: dejaron atrás leyendas y paisajes escoceses para hablar de ecologismo, pacifismo y escenas cotidianas como la ropa tendida (“Camisas limpias”) o los paraguas chocando en la lluvia. Hasta su imagen mutó: adiós a las botas y chamarras de cuero; en las primeras presentaciones del disco, Mikel y Diego usaban traje y corbata. Duncan Dhu quería romper con su pasado, y lo reafirmaron al elegir como primer sencillo “Entre salitre y sudor”, una canción que nada tenía que ver con su sonido anterior y que, en dos minutos y medio, fusionaba guitarras eléctricas con arreglos de cuerdas.
Pese a los riesgos, la apuesta fue un éxito desde el inicio. Autobiografía fue recibido con entusiasmo por crítica y público, triunfando en España y llegando a otros mercados gracias a acuerdos de su discográfica (DRO/GASA) con sellos como Sire (EE.UU.), Les disques du Crépuscule (Bélgica), JVC (Japón) o Creation (Inglaterra, casa de Oasis y Primal Scream). Esto los llevó a una gira de más de cien conciertos por España, Europa y América, con momentos memorables como llenar el Beacon Theatre de Broadway. Incluso obtuvieron reconocimientos inéditos para un grupo español: Autobiografía fue nominado a los Grammy (antes de que existieran los Latin Grammy), compartiendo categoría con Bob Dylan, Aerosmith y Lou Reed (quien casi colabora en el disco). Hasta Madonna les pidió una canción para Dick Tracy, la película que protagonizaba con Warren Beatty.
Treinta años después, estas anécdotas ayudan a entender el impacto del disco, pero lo que perdura son las canciones. Y las de Autobiografía siguen en pie, majestuosas como una catedral del rock español.
Duncan Dhu – La historia de “Autobiografía” (Parte I)
Texto: JUAN PUCHADES
El blanco impecable del papel se ha vuelto amarillo con los años, un tono que, hay que admitirlo, le queda perfecto: es el color de las cosas que han vivido. Por curiosidad, hago la prueba: saco el primero de los dos CDs, lo meto en el reproductor y le doy play. La música suena perfecta, igual que hace treinta y un años, cuando compré Autobiografía. Fue el primer álbum que adquirí en CD, el que estrenó mi primer reproductor del “formato del futuro”, ese que supuestamente nos haría olvidar los frágiles vinilos, con su polvo, sus rayaduras y el eterno cuidado de la aguja. ¡Y qué bien sonaban (y suenan) los CDs! ¡Cuántos matices se podían apreciar! Pero, ay, el futuro a veces da marcha atrás de formas inexplicables. Basta ver la política nacional e internacional. No, no siempre avanzamos; a veces repetimos los errores del pasado.
Dejando atrás la nostalgia y mis divagaciones, Autobiografía (1989) no tardó en convertirse en un disco fundamental del pop-rock español. Uno de esos álbumes imprescindibles, que deben estar en cualquier lista de lo mejor de nuestra música. El lugar que ocupe depende de cada quien, pero tiene que estar ahí. Por sus canciones atemporales, por su calidad, por su interpretación y producción.
Ahora, Autobiografía resurge en una edición remasterizada y ampliada con un tercer disco (más de una hora de música) que incluye maquetas de veintiocho canciones, diez de ellas inéditas. Sí, diez. Es decir, el álbum pudo haber tenido cuarenta temas. Pero entre la resistencia de la discográfica a lanzar un disco doble (grabado con el presupuesto y tiempo de uno sencillo) y el deseo de Mikel Erentxun y Diego Vasallo de crear su propio “Álbum Blanco” (como el de The Beatles), el resultado final fue de treinta canciones: el mismo número que el clásico beatle. Un guiño para los más observadores (además del blanco de la portada).
Autobiografía llegó en un momento clave para Duncan Dhu: la transición de trío a dúo tras la salida de Juan Ramón Viles. Venían de dos LPs exitosos (Canciones, 1986; El grito del tiempo, 1987), que los llevaron a las listas y los grandes escenarios. Sin embargo, dos años después, en lugar de lanzar un disco comercial de diez temas (que podrían haber hecho sin problema), decidieron dar un paso atrás. En parte por su descontento con El grito del tiempo, donde perdieron control creativo y no tocaron los instrumentos (aunque a sus fans les encantó, pero esa es otra historia).
Con Autobiografía, demostraron madurez a sus 23 (Diego) y 24 (Mikel) años. Querían reafirmar su identidad. Así, en la cima del éxito, optaron por retroceder y grabar un álbum doble de treinta canciones, pese a los riesgos (como alejar al público de las radios que los habían encumbrado). Y más en un disco donde Mikel y Diego exploraban todo su espectro: pop, rockabilly, rock, ecos de los Beatles, toques de New Wave y hasta soul (que dominaría su siguiente álbum, Supernova).
“En los dos años entre discos, las canciones brotaron con una facilidad asombrosa”
Como todo buen disco doble, Autobiografía podría parecer excesivo. Treinta temas eran casi un triple álbum para la época. Por eso, lo mejor es disfrutarlo poco a poco, saboreando un repertorio que —contra el mito de los dobles— no tiene relleno. De hecho, las diez canciones inéditas demuestran que pudieron lanzar cuarenta temas sin perder calidad. Pero es que el dúo estaba en estado de gracia: Diego, frenético e inspirado; Mikel, con melodías pop y letras profundas. Ambos en plena efervescencia creativa.
Londres y el poder de las canciones
Se ha hablado mucho de la importancia de grabar en Londres con Colin Fairley y músicos de élite (un lujo para Duncan Dhu). Pero estas maquetas confirman lo esencial: las canciones ya estaban ahí. Son el corazón del disco. Aquí se ven las intenciones originales, con los arreglos casi definidos desde el inicio. En Londres se pulió el sonido, se grabaron las tomas finales y se añadió esa magia de tocar en vivo en el estudio (algo raro entonces), dándole vida al álbum. Fairley fue clave para que hoy suene atemporal. Pero al escuchar maquetas como “Rozando la eternidad”, “Rosa gris” o “Entre salitre y sudor”, queda claro que Duncan Dhu llegó a Londres con las ideas claras. Hubo ajustes, sí, pero el diamante ya estaba tallado.
Claro que hubo cambios y añadidos, todo se potenció y mejoró, pero la esencia ya estaba ahí – como un diamante bien tallado que solo necesitaba el pulido final. Y ahora tenemos el privilegio de escuchar “Mujer sobre papel” con la voz de Diego, y “Fiesta y vino” interpretada por Mikel. Sin duda, estas maquetas son un verdadero tesoro para los fans.
Entre estas grabaciones preliminares encontramos diez canciones inéditas. Joyas como “El hombre del violín” o “La colina del amor”, que nos transportan al sonido de su álbum “Canciones”. O gemas como el ritmo contagioso de “Vapor” (¡no es de extrañar que Diego terminara bailando con esa energía!), el auténtico rock and roll de “Nombre de mujer” y “Voces de barrio”, o el folk con toques psicodélicos de “Mi amor” (la más esquemática de todas, pero con un potencial increíble que lamentablemente no llegamos a ver desarrollado). También está “Rayas de seda”, con ese estilo pop característico de Erentxun (todo un maestro de las melodías, al nivel de McCartney).
La edición incluye además la versión original de “Cerca del paraíso”, que luego transformarían en un tema bailable para “Supernova” (con un cambio de estilo que no todos aprobaron). Aunque, siendo justos, quizá si “Supernova” recibiera una nueva mezcla (no solo remasterización) podríamos valorarlo diferente. También descubrimos “La colina del amor” en su versión primigenia – un rock and roll que Diego reinventaría por completo en su etapa electrónica, convirtiéndolo en “Adictos al amor” para su proyecto Cabaret Pop.
Aunque esta reedición es un regalo para los oídos, no está completa: faltan los tres temas que grabaron en inglés para la versión estadounidense del álbum (editada por Sire Records): “Brushing on eternity”, “Sweat and blood” y “The rules of the game”, más la versión en inglés de “En algún lugar” (“A place to be”). En aquel momento, Duncan Dhu era un grupo codiciado internacionalmente – su sonido fresco y elegante enamoró a sellos independientes e incluso llamó la atención de la mismísima Madonna. Si bien son las mismas bases musicales con nuevas voces, forman parte de la historia completa de “Autobiografía” (de hecho, la versión estadounidense se reprodujo en el número 57 de la revista Efe Eme en 2004).
La discografía de Duncan Dhu es como un rompecabezas con piezas dispersas. Algún día, siendo uno de nuestros grupos más importantes, merecería una recopilación definitiva que reúna todo este material. Y sí, por supuesto, en formato CD.
Duncan Dhu – La historia de “Autobiografía” (Parte II)