Será por su poca exposición en directo, por su nula presencia en grandes —y medianos— festivales o porque sus canciones siempre rehúyen el estribillo explosivo, la incandescencia de esos veinte segundos que puede ser efímeros o (por el contrario) eternos, pero el caso es que los madrileños Cómo Vivir en el Campo siguen siendo una de las realidades sólidas más opacas de la independencia pop en nuestro país. Su cuarto álbum no solo ofrece un buen manojo de razones para seguir creyendo que deberían gozar de un eco mayor: también amplían su caudal creativo, su universo de referentes, dotándose de una cadencia, de un groove, de una sensualidad que hasta ahora nunca habían lucido con tal convicción. Una sonoridad más cálida y plácida que nunca, que parece conectarles con aquel gracejo que se gastaban Extraperlo —aunque ellos mismos nieguen que Golpes Bajos sean, ni mucho menos, una influencia— pero sin caer nunca en la recurrente tentación del sobre pulido electrónico, la inclusión de sintetizadores a cascoporro. Ni mucho menos. Aquí todo es tan orgánico como de costumbre.
Pedro Arranz, Miguel Breñas y Carlos Barros siguen primando los entramados instrumentales bien enhebrados (no hay más que escuchar la inicial “Starry Belle”, nada menos que seis minutos con sus subidas y bajadas de intensidad), pero ya con la sombra de Yo La Tengo más sepultada que nunca. Quien buscara alguna pista de lo difícil que resulta su trazabilidad, ya la tenía en El conjunto, su epé del año pasado integrado por versiones de Suicide, Ray Barretto, Dixie Cups, Ilegales, Kortatu, José Alfredo Jiménez, Trini López o Allman Brothers. Y si a eso le añadimos los nombres de Fleetwood Mac, Al Green o Steely Dan como escuchas recientes de cabecera, resulta mucho más fácil entender cómo la distinguida trompeta de Jordan Hoffman apuntala las magníficas “Malbaratada” o “Razón de Amor nº 3”, cómo “Caudal” puede llegar a recordar al sonido Costa Fleming sin una pizca de alcanfor (el trayecto que va de los años 60 a los 90 sigue siendo marca de la casa) o cómo “Bodas”, “Rubí” o “Por favor, mátame” logran seducir a la primera, con la misma fluidez con la que brotan desde cualquier reproductor.
Un disco, en esencia, tan bonito como su portada y su título, detentor de un sentimentalismo sereno, nada estridente, tan acogedor y bien templado que resulta perfecto para dar la bienvenida a un verano distinto a cualquiera que hayamos vivido antes.
Cómo Vivir en el Campo – Siempre te he amado, nunca he dejado de quererte, toda mi vida es para ti
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