A los 15 años, Carmen Sánchez Viamonte (La Plata, 1999) ya había creado su primer proyecto musical. “La nena transformer” lanzó solo un EP en 2016 antes de desaparecer. Pero la semilla ya estaba sembrada. Inspirada por la independencia del indie platense, donde sus primos Manuel (guitarrista de Él mató a un policía motorizado) y Mora (tecladista de 107 Faunos) tenían un papel protagónico, Carmen produjo dos álbumes como solista: Episodios del deshielo (2017) y Eva (2019), que revelaron a una cantautora aguda, con una voz potente y referencias poco comunes: versiones de Piero y Liliana Felipe, bajo la sombra de los íconos Rada y Spinetta, además de lecturas irreverentes de la Biblia, influenciadas por León Ferrari.
Con La Sánchez Viamonte llegó hasta la pandemia. Tras un álbum (el de 2019, con un retrato de su abuela, la Madre de Plaza de Mayo Herenia Martínez de Sánchez Viamonte, en la portada), el sexteto se disolvió durante el aislamiento y Carmen volvió a pensar en “La nena”. Aquella transparencia, ese humor sin inhibiciones. Si ese trío le había mostrado el encanto del escenario y el poder de las canciones como medio de comunicación, ella quería regresar a eso.
Pero ya no jugando a ser “la niña maravilla”: era momento de un nuevo tipo de valentía, que implicó despojar las canciones, mostrarse vulnerable y jugar con su sensibilidad, incluso desmitificarla. La Fuerza (2022) reflejó esto en un conjunto de canciones íntimas, aunque no cotidianas, sino compartidas con el mundo, con partes iguales de comedia romántica y catarsis generacional desesperada. Grabado en formato de cuarteto de rock, con Carmen al frente, el disco era intenso y divertido: justo lo que ella quería. Mala (2023) siguió esa línea, pero con un tono más incisivo y ácido.
—Empezaste a hacer canciones muy joven. ¿Vives escribiendo, verdad?
—Sí, un poco. Sobre todo cuando algo me abruma. Empecé a escribir desde ahí, y ahora también lo hago como un ejercicio de introspección. Mi materia prima son los sentimientos y las experiencias de vida. Luego llevo eso a distintos lugares, exagerando, para contar historias, porque me divierte pensar en un personaje para las canciones. Ese personaje está basado completamente en mí, y es una decisión que hay que sostener todo el tiempo: cuánto voy a contar y cuánto me expongo. Pero al mismo tiempo, siento que eso hace que mucha gente se identifique con mis canciones. Y eso es lo más bonito de publicarlas: la conexión con la gente, que nunca deja de sorprenderme y conmoverme.
—¿Qué costo emocional tiene esa exposición?
—Ahí es donde entra la necesidad del personaje. Y de no ser yo misma a quien muestro. Cuando era más joven, se me cruzaban más esos cables y era agotador: es como una sesión de terapia frente a un montón de gente, insoportable. Pero cuando lo convertí en un personaje, pude mostrar otra parte de mí. Soy bastante tímida, pero en el escenario saco una faceta que existe, aunque exagerada. También me protejo detrás de eso, porque la conexión de la gente con las canciones hace que me cuenten intimidades y yo… me quedo tiesa. Aprendí a separarme mentalmente: el vínculo no es conmigo, sino con mis canciones, y ocurre en ese universo.
—Le dedicas tiempo a la conexión con el público, sobre todo en redes. ¿Por qué lo haces?
—Porque me divierte y porque siento que es algo que enriquece a la cultura en general cuando los artistas se prestan a eso. Para mí, hacer canciones tiene que ver con la cultura, no solo es trabajo. Me interesa el impacto de una canción y cómo se transforma y se relaciona con otras cosas. Por eso me gusta compartir mis canciones. Luego me llegan mensajes de chicas que se animaron a hacer las suyas y eso me encanta. Veo la música como un canal de comunicación y como algo espiritual: el poder de un show en vivo es muy especial, incomparable. Es como esas películas que te dan ganas de vivir, que sales del cine diciendo “qué hermosa es la vida”. Podría hacer canciones oscuras, pero siempre me interesa invocar un sentimiento de bienestar y esperanza; no basado en trivialidades o en solo querer ser positivo, sino en que hay una fuerza colectiva y personal para sentirnos bien. Me gusta promover eso y creo que generar esa conexión ayuda a que crezca.
—Hay mucha introspección en la música actual, pero tú incluyes el conflicto, algo que no muchos hacen. ¿Por qué aparece eso, sobre todo en Mala?
—Es algo en lo que siempre pienso, y que ya está cambiando en lo nuevo que escribo: cómo nombrar al otro y cómo reflejar las relaciones en las canciones. Mala es un disco directo: me atreví a decir las cosas de frente y mostrar sentimientos que pueden ser humillantes, como el resentimiento o la ira. Eso estuvo muy inspirado en Taylor Swift. Pensé: “¿qué pasa si prendo fuego todo esto en una canción?” ¿Por qué no lo voy a mostrar si así me siento? Fue un trabajo de hacerme vulnerable: empezó en La Fuerza y en Mala lo llevé al extremo, sin vergüenza. Creé el personaje de “la mala” y, sobre todo, me pareció divertido.
—¿Qué influencia tiene Taylor Swift al escribir sobre relaciones?
—Mis referentes son ella y Marilina Bertoldi, porque son dos mujeres que rompen los esquemas. No se dejan influenciar por lo que “deberían ser” en su momento. Son mujeres que eligen cómo mostrarse, tanto en sus canciones como en el escenario. Taylor me parece una gran escritora, muy versátil: puede hablar de sus sentimientos, pero también narrar historias, crear universos en sus discos. Eso me inspira mucho. Siempre he visto mis discos como películas y mis canciones como bandas sonoras de escenas de mi vida. Taylor me animó a hacerlo, esa es su influencia. Con ella, todo el mundo sabe para qué ex es cada disco, y aunque pueda impresionar cómo revela detalles de esas relaciones, al final no es más que alguien contando algo. Con esa ambigüedad entre verdad y ficción.
—Incluso lo hace desde un lugar no siempre simpático.
—Toma el control de la situación, y eso es muy poderoso. Por eso llamé Mala al disco: tomé algo que he escuchado muchas veces en mi vida, le di otro significado y dije “si soy mala, pues soy mala”. Y te blindas. Taylor expone actitudes que suelen ser mal vistas en las mujeres: la intensidad, la ambición, el resentimiento. Eso lo aprendí de ella.
—¿Cómo desarrollaste tu estilo vocal?
—Mis padres tuvieron mucho que ver. Canto desde que tengo memoria, y ellos siempre se aseguraron de que no me dejara influenciar por lo que “debía ser”. Algunas personas me decían cómo cantar o a quién escuchar, incluso me sugerían ir a un reality show. Pero ellos me enseñaron a ser crítica con esos consejos. Por eso no tomé clases de canto hasta los 18: me daba miedo que me cambiaran el sonido de mi voz. Para mí, lo más importante siempre ha sido transmitir algo, conmover. Pero cuando empecé a tocar en una banda, me di cuenta de que me faltaban herramientas, y entonces tomé clases con Marian Betervide, una gran maestra porque respeta la identidad de cada alumno. Quería ampliar mi rango y trabajé en eso. Pero siempre he sido reacia a las modas: algunos me decían que cantara con voz aniñada porque “era lo que se llevaba”, pero no me representa, y no lo haría solo para agradar.
Carmen Sánchez Viamonte – Mercurio (Video Oficial)