FOMO
Qué es el síndrome Fomo y porque está arruinando tu forma de escuchar música
¿Cuándo fue la última vez que apreciaste un álbum entero por un interés genuino y personal?
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El síndrome de Fomo (Fear of Missing Out) se puede traducir al español como “miedo a perderse algo” y se caracteriza por ser una patología psicológica estrechamente vinculada al uso frecuente de las redes sociales.
Síntomas del Síndrome Fomo
Relación entre las redes sociales y el fomo
Según la publicación, el Fomo se caracteriza por el deseo de estar continuamente conectado a lo que hacen los demás. También se asocia a una serie de experiencias vitales y sentimientos negativos, ya que se considera un apego problemático a los medios sociales.
“Los medios sociales contribuyen a facilitar la comunicación al compensar las necesidades sociales insatisfechas con mucho menos esfuerzo y de forma instantánea”, explica el artículo. “Sin embargo, esta ‘compensación social’ puede ser problemática cuando evita la interacción cara a cara, aumentando en consecuencia la ansiedad social”.
(Ver también: Qué síntomas provoca la ansiedad)
El fomo puede manifestarse a través de actitudes como comprobar y actualizar con frecuencia las redes sociales en busca de nuevas alertas y notificaciones. Esto aumenta posteriormente los niveles de ansiedad, generando la sensación de que el individuo puede estar perdiéndose experiencias en términos de disfrute.
Por lo tanto, Fomo “crea percepciones distorsionadas de la vida editada de otras personas”, describe el artículo.
Por Melisa Parada Borda para Rolling Stone
Imagina el siguiente escenario: anuncian un show que está siendo promocionado como el evento del año, pero en un principio no te interesas y lo dejas pasar. A medida que va pasando el tiempo y se acerca la fecha, ves que muchas personas están hablando de ello y comienzas a sentir que, pese a que no es algo que te llame la atención particularmente, tal vez si no vas, te pierdas de un momento único e irrepetible. En resumidas cuentas, eso es el Fear of Missing Out o FOMO: el miedo a perderse de algo. Este término –que algunos investigadores en psicología han relacionado con la adicción al móvil y/o a las redes sociales– se ha utilizado en los años recientes sobre todo al hablar de conciertos o festivales, pero también puede ser aplicado al consumo de otros medios como el cine, la televisión o la música. En este caso, nos centraremos en la última.
Las RR.SS. han fomentado una falsa necesidad de estar al día con las tendencias del momento y si, por ejemplo, un álbum está sonando en todas partes y es el tema de discusión de la semana, así se trate de algún artista que nunca nos haya interesado, probablemente vamos a querer escucharlo con el único propósito de no sentirnos fuera de la conversación. A primera vista esto no suena tan malo, al fin y al cabo la música existe para ser compartida, sin embargo, ¿hasta qué punto dejamos de escucharla conscientemente y únicamente empezamos a oírla?
De acuerdo con el reporte de Luminate sobre el consumo musical global en 2023, el promedio de canciones que se subieron diariamente a plataformas de streaming fue de 103 mil, una cifra enorme, más teniendo en cuenta que hay millones que no llegan a obtener ni siquiera una reproducción al año. Ahora, el tiempo que pasaba una persona escuchando música a la semana en 2023, en promedio, era de 20,7 horas, cantidad que aumenta con cada año que pasa. Esto, por un lado, nos presenta un gran problema por parte de la industria, pues se está produciendo más que lo que el público puede llegar a escuchar a consciencia; por el otro, nos hace replantearnos cuál es el papel que jugamos en esta cadena como consumidores.
No es nuevo que las grandes disqueras y otros actores influyentes del medio vean a la música como nada más que una gallina de huevos de oro, pero en la era de la hiperconectividad y la inmediatez, parecen haber encontrado la fórmula perfecta para crear éxitos instantáneos, anteponiendo la viralidad a la escucha activa de las piezas. Así es como se termina viendo a la música como producto y no como arte, y es aquí donde los equipos de marketing comienzan a sacarle todo el provecho posible al FOMO de las personas al decirles que tienen que escuchar X lanzamiento porque seguramente será el hit más grande del verano. Está en nosotros como público preguntarnos si queremos seguirles el juego o no.
Un consumo musical más consciente
En los últimos años, especialmente desde la ampliación de los servicios de streaming y la disminución de la capacidad de atención de los usuarios de Internet, el escuchar álbumes de principio a fin ya no es la norma. Como resultado, hay quienes solamente reproducen los cortes que más les llamaron la atención por las filtraciones que encontraron en X o Reddit, o bien, que no terminan de escuchar una canción completa cuando ya están pasando a la siguiente. Esto por poner solo unos ejemplos.
No por nada Adele le pidió a Spotify en 2021 que eliminara la opción de reproducir 30 en aleatorio. “No creamos el orden de nuestros álbumes con tanto cuidado y dedicación sin razón alguna. Nuestro arte relata una historia y nuestras historias deben ser escuchadas como lo planeamos”, declaró la artista británica en ese entonces. Pareciera como si lo único que importara ahora fuera tachar tal disco de una checklist y luego presumir de ello en una Instastory.
Es verdad que cada quien tiene la libertad de elegir de qué manera consumirá la música, pero en un nivel más profundo, en un mundo capitalista que solo propicia el círculo vicioso de comprar y desechar, se hace necesario cuestionar nuestros hábitos de consumo en este y otros ámbitos.
La escucha de discos debería ser más activa, centrándonos en apreciar lo que los artistas están queriendo comunicar y el porqué de un sonido, y no simplemente en darle play y decir, “Ya está”. De igual modo, habría que interiorizar que nada hay de malo en no estar al día con los lanzamientos, pues con la sobresaturación del mercado musical actual, resultaría agobiante pretender escuchar absolutamente todo lo que sale semana tras semana. Además, al intentarlo nos quedaríamos con poco o nada de lo que acabamos de oír.
Llámalo cursi o pretensioso, pero sería increíble abandonar el postureo y promover que los intereses personales vuelvan a alimentarse de la curiosidad por descubrir canciones que resuenen con la personalidad de cada quien, sin presiones infundadas. Al final, no es malo escuchar lo que es más popular, en muchos casos es así por una buena razón, pero nos preocupa el rumbo que está tomando la industria, deberíamos ser públicos más críticos, personas que no consumen todo lo que se les sirve en la mesa solo porque sí.