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Cine

La Gomera, film noir del director rumano Corneliu Porumboiu

El cine rumano del siglo XXI, o mejor habría que decir, el cine posterior al régimen dictatorial de los Ceaucescu, empieza a dar muestras de agotamiento tanto de modelo como de temática.

El cine rumano del siglo XXI, o mejor habría que decir, el cine posterior al régimen dictatorial de los Ceaucescu, empieza a dar muestras de agotamiento tanto de modelo como de temática. Surgiendo como un necesario ajuste de cuentas hacia una época que amordazó cualquier expresión libre, no sólo la artística, los efectos sobre la sociedad posterior se evidencian película tras película, de tal manera que las apariciones, esporádicas, del cine rumano en nuestras pantallas, terminan reduciéndose a la expresión del crimen en sus más variadas formas; desde la más vulgar del asesinato a las más íntimas o las más elaboradas de la ingeniería financiera en colusión con un sistema de control que está podrido por la herencia de la dictadura. Porumboiu, Ujica, Mungiu, Puiu, Pintile, Jude o Netzer han utilizado la coyuntura de relativa libertad (relativa porque no hay libertad sin auténtica democracia) para reflejar una sociedad carcomida en lo institucional y que ha terminado por infectar lo personal y hasta las relaciones familiares. Políticos, policía, fiscales, profesores, jueces, iglesia, familia, todas las instituciones han pasado por el filtro de una cámara para llegar a una misma conclusión. El cambio de régimen no ha eliminado las lacras del pasado ni las conexiones íntimas entre el crimen organizado y el sistema político, que se han renovado y reforzado con conexiones internacionales.

Si Mungiu puede ser quien mejor ha ido adaptando su discurso fílmico a la evolución de los años, sin dejar de hacer cine de muy alto nivel desde aquel mazazo inicial que supuso 4 meses, 3 semanas, 2 días, pasando por la extraordinaria Más allá de las colinas y concluyendo con la dolorosa Los exámenes; junto con Puiu, a quien se debe su seminal La muerte del señor Lazarescu para llegar a la asfixiante Sieranevada; en el resto de la generación se va advirtiendo ese fin de ciclo propio de un agotamiento del modelo estético y de fondo, en el que todos los creadores (curiosamente todos los conocidos son hombres) terminan utilizando tonos fríos y grises en sus imágenes, en las que el invierno es utilizado como recurso narrativo para incrementar la dureza y desapego de los personajes, grabando muy cerca sus rostros y sus cuerpos para incrementar esa sensación de ahogo existencial, como si no fuera suficiente con observar ese progresivo deterioro personal sin necesidad de tanto subrayado, en ese camino hacia la derrota humanista definitiva provocada por la ambición de un dinero y una estabilidad económica que tampoco comporta felicidad, porque ese camino conduce siempre al pago de un precio mayor que el recibido. La Gomera se convierte en el paradigma de las pretensiones de este nuevo cine rumano donde no hay posibilidad de mostrar nada positivo en una sociedad que parece derrotada y destinada a sobrevivir solamente si se aleja del poder, procurando resultar indiferente y no atraer la mirada de ningún grupo de presión para poder seguir con una vida anodina y vulgar.

En los últimos años, el cine de Corneliu Porumboiu ha empezado a dar un giro. Por un lado, separándose de manera cada vez más clara de lo que alguna vez se dio en llamar el Nuevo Cine Rumano. Y, por otro, acercándose a tradiciones, si se quiere, más clásicas del relato, ligadas a los géneros y a las aventuras pero siempre desde un costado lúdico, juguetón. Ese humor, más que ninguna otra cosa, es el que une a LA GOMERA con el resto de la obra del director de POLICIA, ADJETIVO. Un humor ingenioso, inusual, que surge de extrañas conversaciones o de juegos visuales inesperados.

LA GOMERA está muy lejos de ser un film noir pero juega con esos códigos de manera liviana. Uno podría pensarla, sumándose a la catarata de referencia cinéfilas clásicas que hay en la película –algunas hasta literales– como una actualización de esos policiales/films de suspenso light de Alfredd Hitchcock, como INTRIGA INTERNACIONAL o PARA ATRAPAR A UN LADRON. Tiene ese mismo aire luminoso, viajero, casi turístico y lúdico para contar una trama que en realidad es negra, negrísima. Si se quiere actualizar la comparación uno podría pensar en Quentin Tarantino, con quien comparte no solo el humor insertado en tramas densas sino, en este caso, una estructura dramática no cronológica y complicada de episodios.

Digamos que LA GOMERA cuenta la historia de Cristi, un policía rumano de unos 50 años (el reconocido Vlad Ivanov) que no se sabe bien si es corrupto o no. En un juego de traiciones sobre traiciones, nunca parece quedar del todo claro en que «equipo» juega el hombre: si con la policía o en el de los traficante/gangsters españoles o, bueno, si para él mismo. Es un doble, un triple, un cuadruple agente. O algo así. Lo que sí queda claro es que, en un momento, Cristi se enamora. Y eso desarma o complica, como en un buen policial, todos sus planes.

La película –no la historia– empieza con un viaje de Cristi a «La Gomera», una isla de las Canarias no muy lejana a Tenerife. Allí se ubica en la casa de unos mafiosos españoles cuya misión es enseñarle a hablar un lenguaje de silbidos (el título en inglés de la película es THE WHISTLERS o «Los silbadores») para poder comunicarse sin ser entendidos por quienes los siguen o espían. Es que si hay un tema central en la película, además de los citados, es el de las cámaras de seguridad, el hecho de vivir en un mundo en el que todos ven y saben lo que haces.

En un punto, toda la narrativa compleja de LA GOMERA gira sobre eso. En la isla se encuentra con Gilda (Catrinel Marlon) que tiene nombre y pinta de femme fatale de policiales, y de a poco iremos conociendo cómo se fue conectando la historia de todos. Para sintetizar, es una serie de flashbacks a distintos momentos previos en una cronología que parece invertida (cada flashback va más atrás en el tiempo que el anterior, digamos) pero que no lo del todo así tampoco. A lo largo de esas idas y venidas en el tiempo, nunca sabemos cuando Cristi, Gilda o el resto de los personajes mienten. A sus compañeros. A las cámaras de seguridad. O a los espectadores.

El de Porumboiu es un plan lúdico puro, una historia de amor contada como una máquina de ficción perfecta, un policial que conviene disfrutarlo más por sus juegos que tratar de enredarse en su trama. Recuerdo que el director vino al BAFICI en el que fue jurado de una competencia argentina en la que se vio HISTORIAS EXTRAORDINARIAS, de Mariano Llinás. En aquel momento la película no ganó el premio principal y muchos pensamos que quizás el rumano no la había comprendido del todo bien. Evidentemente no fue tan así. LA GOMERA, en cierto punto, parece una hija de esa experiencia. La idea de entregarse a «la máquina de ficción» más pura y cinéfila posible, más gozosa y libre aunque finamente estructurada. Una película de amor disfrazada de policial que te hace salir del cine con una sonrisa enorme. Como dice un colega, Porumboiu es «un cineasta del Bien». Y su película, aunque no sea la más relevante y potente de su obra, es disfrute puro.

 

The Whistlers – Official Trailer

 

 

 

 

 

 

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